sábado, 7 de abril de 2012

Misterio cuarto: la des-aparición.


PoR LeO BauTisTa


Entonces David vino con Saúl y trajo su lira, pero lo esperaban también con el arco, sin embargo era una honda lo que el campo ovejero le había brindado. David, el ungido por Dios, sabía su grandeza y era aquella un silencio: espacio magnánimo en el cual su música podía habitar.

Saúl, desterrado de las bendiciones del señor, acosado por el fantasma de la locura, guardo silencio y escucho la lira, pero en la tortura misma espero el arco…

Te espero en el silencio en el que temo, en el silencio de tu ausencia.
Avanzaron sin temor por entre los filisteos. Un lanzamiento y callo Goliat ante sus pies. David fue entonces rey de Israel.

Pero yo no corro con tal suerte, sin lira ni arco, sin honda ni fe, te alejas por entre los rostros.  Desapareces entre la locura de amar a alguien que no soy yo. De ser amado ante la realidad del desprecio. ¿Por qué te gusta el dolor? ¿Por qué eliges tocar la puerta y esperar a que la abran cuando aquí es un mundo dado para acompañarnos?

El rey David guardo silencio nuevamente y escucho a su pueblo… su grandeza era aquel silencio.

“El que habita al abrigo del Altísimo y mora bajo la sombra del Omnipotente, dice a Jehová:
esperanza mía y castillo mío; mi Dios en quien confío.”(Salmo 91).

Ante historias repetidas la única opción es ser diferente. Por eso hoy no ronda aquí el demonio de la locura, las furias me han dejado en paz; aquí guardo silencio, escucho mi interior.

 “Escudo y adarga es su verdad. No temerás el terror nocturno, ni saeta que vuele de día,
 ni pestilencia que ande en oscuridad, ni mortandad que en medio del día destruya” (Salmo 91).





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