sábado, 7 de abril de 2012

Misterio cuarto: la aparición.


PoR LeO BauTisTa





Había una vez un sendero perdido en el bosque, hacia un tiempo algún caminante lo trazo por entre los matorrales, dejo señas en los arboles, encontró algunos resguardos del sol y otros de la noche, temió por su vida; descubrió cuando moverse después de la quietud para salvaguardarse. Luego, otros anduvieron el mismo camino.

Aquel sendero después fue olvidado, sesgado por nuevas plantas, paralizado por las ciudades que a cada extremo se erigían indomables. El camino guardo silencio entre valles y agrestes montañas, perdiéndose de la memoria de aquellos que algún día ciñeron sus pasos por sobre su claridad y firmeza.

Un día, la proyección astral de un enamorado se perdió en la paz de aquel camino, todo era quietud, todo parecía verdad. Tierra y cielo conjugaron ante él. Después vino el mar al cual mirar, sin fin -no era el mar era un lago-, y una llama floto sobre del mar-no era el mar era un lago-; agua y fuego se entendieron. Fue aquello una revolución. El enamorado contemplo en silencio.

Acaecía la tarde y la visión culminaba. Al salir de la hipnosis repentina de aquella calma, cuando hubo que moverse, se quedo quieto. El enamorado se había paralizado. Ante él, su fragilidad nueva, su reciente estabilidad se veía amenazada. Su corazón se había agitado con el miedo acostumbrado, ese que hace deambular a las tres de la mañana mientras se susurra el nombre mágico de quien estimula el ensueño de perfecciones y el terror nocturno de la desaparición,  el terror dónde un día el ser deseado se evapora por entre las avenidas; disolver de la memoria de un futuro improbable, en un tiempo sólo posible.

Al volver a la ciudad, se preguntaba donde estaba él, la agitación lo había devuelto al cuerpo material. Ahora se preguntaba en dónde estaba ella.

Me pregunto dónde estás. ¿Estás?


…Dios te salve, María; llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita Tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.



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