jueves, 23 de diciembre de 2010

Mapoide

PoR LeO BauTisTa

…Dice la filosofía del elefante,
Si no puede ser no puede ser…
José Saramago, “El viaje del elefante”

Estaba caminando, sé que estaba caminando. No, espera, corría. ¡Estaba corriendo! No. No, estábamos sentados en un parque. Yo la verdad es que solamente hablaba por teléfono, era una simple voz al otro lado. No. Estaba sentado. Estaba parado frente a una funeraria. Bueno es que tal vez estaba recargado en un curioso y pequeño automóvil eléctrico, de estos muy modernos ecológicos que parecen de juguete por los materiales, tan ligeros, con los cuales han sido construidos. Sí, era una funeraria. Llevábamos ya varios días caminando sin sentido, sin sabernos. Yo unas cuantas horas atrás había soñado con las botellas de vino y la casa nueva, con el hermoso Galleta sentado a los pies de la mesa. Pero estaba demasiado consternado y bloqueado como para poder decir que era real. Siempre he dicho que amo las fantasías. Creo que toda mi vida ha sido una hermosa fantasía. Lo cual significa que no sé que es real, que no sé si esto es real, si estas palabras son palabras. Quiero pensar que esto se llama locura. Suena coherente decir que se ha perdido el principio de realidad, el principio ordenador de pensamiento, que sumado a la hipersensibilidad sobre informada característica del siglo XXI, forman una compleja esquizofrenia que no es la misma de antiguos tiempos como el XIX; sino que provee de un dinamismo capitalista en la búsqueda de lo mejor, la constante comparación mercantil: no es que sea uno romántico, sino que es uno capitalista, en busca del valor más apropiado, más exclusivo y por arriba de toda expectativa, el tesoro… Nos angustia el presente en la medida que somos Islas. Islas del tesoro perdido.

Suena tan Deleuze este discurso, podría decir que mi diagnostico va más allá de un Antiedipo (Orestiano) de complejos suicidas homosexuales, podría decir que soy esquizofrénico y tal vez mi sociopatía favorita sea la de jugar a los carros chocones en pleno periférico.

Debo confesar que estoy caminando sin rumbo, perdí el norte, el sur, el este, el oeste, el centro, el arriba, el abajo: soy un kinestecico desmembrado. También podría ser un Fenicio en altamar perdido ante la inmensidad de la bóveda celeste, cuestionando la insignificancia, esperando reconstruir el sentido de la vida en algún puerto del cual poder tomar los mejores tesoros a cambio de los propios; y así volver a casa si el mar lo dispone, si las estrellas se ven para ser guiado. Dejar lo mejor de mí, tomar lo mejor del otro, o por lo menos convencer al otro de que eso es lo mejor sólo por que le es desconocido y que a su vez yo reciba el engaño de su mejor, sólo por que yo desconozco. Intercambios justos. ¿Qué es lo mejor? Dejar lo que se es y tomar lo que se es. Ser. Que complicado es el sentido romántico. Sería más fácil ponernos precio. Valgo yo por un amor y vales tú por un tiempo. O viceversa.

Era una funeraria muy cómoda, lastima que no estaba yo en un ataúd. Eran unos mapas muy divertidos, eran engaños muy únicos. “Hoy saldré de viaje, no sé a dónde voy, no sé con quien voy, pero estoy seguro de que hoy saldré de viaje”, llevo ya un mapoide que compre en un establo antiguo, entre un mar perdido y la gran ciudad. Me reciclo con el tiempo. Y sigo la fantasía que este mundo, en este día, llama voz.

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