lunes, 27 de diciembre de 2010

Clitemnestra


PoR LeO BauTisTa


Era el vacio de las 7:53 pm, el de las horas en que el café se enfría y el cigarrillo ansioso espera, ella nunca imagino que ese día asesinaría al amor de su vida. Camino con precaución sin hacer el menor ruido, tenía un cuchillo de cocina, de los grandes con los cuales se filetea carne y que tienen unos pequeños orificios en la punta. Ella sabía que el aire penetraría más fácil en el flujo sanguíneo y así podría provocar también un paro cardiaco. Ansiaba poder ver su sangre derramada escurriendo por la habitación y poder sentir al fin que todo había sido saldado, que cada promesa rota se había cumplido y que el tiempo podría esperar sin duda un nuevo amor.


Egisto, pensó en Egisto.


Ahora está de pie ante la cama, las sedas blancas sedientas de sangre la incitan a dar el golpe certero y final en la yugular. Pero no puede. Lo odia demasiado porque su amor no cabe más en su pecho, se agita voluptuoso, impidiendo incluso respirar. No puede hacerlo. Se paraliza. Era mejor tejer una espera como aquella Penélope de Ítaca, Era mejor odiarlo por su hija muerta. Era mejor porque en todas esas verdades, donde se encontraba sola con sus recuerdos, no tenia de frente el aliento suave y dulce de su amado, con el cual había soñado la gloria eterna y por él cual había dado a luz a tres hijos. Esta llorando. Sabe que es el final.


Nunca imagino en ese sosegado impulso, que sería la última vez en que lo vería, que sería la última caricia un espasmo de muerte; la última mirada seria un aullido de auxilio. Nunca pensó en el juicio y en la persecución, menos pudo prever su propia muerte.


Al final, ella también murió de amor, también en soledad.

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